lunes, 31 de marzo de 2014

Volver a empezar

Mamá el scooter y yo sanas y salvas bajo techo.
Las posibilidades reales de habernos encontrado con Liz y Travis en ese hotel tan grande eran mínimas pero lo improbable sucedió, me sorprendió y difícilmente pueda olvidar esa lluvia, esa charla y esa historia.
Era uno de nuestros últimos días en un apacible hotel hecho alrededor de una cancha internacional de Golf en Disney, el Saratoga Springs. 
A causa de ser tan extenso tenía dentro de él cinco paradas de colectivo, una, Paddock,  había llamado nuestra atención porque tenía una piscina con un gran tobogán y un restaurante informal, el grill que llevaba también el nombre de la parada. Llegamos ahí en el día menos adecuado, uno en el que se desató una gran tormenta. Casi todos huyeron de la piscina, el jacuzzi y el restaurante. Éramos casi las únicas, los otros que también habían insistido en permanecer a pesar de la lluvia bajo un techo muy pequeño era una joven pareja. Me molestaba su presencia, pues su charla en tono de quejido permanente me impedía escuchar el ruido del agua y  los pájaros. Prejuiciosamente pensé que se trataba de un chico rico despotricando sobre su vida luego de una sufrida carrera en Harvard. Nunca estuve tan equivocada. 

Ellos se acercaron a mí con admiración para felicitarme por mi coraje al andar montada en un scooter. 
Me sorprendió pues a mí que no me parecía ninguna proeza. 

Casi por gentileza luego de que Travis me dijera que me comprendía porque había estado casi dos años sin caminar, le pregunté si lo suyo había sido un accidente de moto ya que lo veía alto, esbelto y buen mozo. 


Una palabra trajo a la otra y terminamos en una profunda charla sobre, la vida, los valores, desafíos físicos, pasiones, trabajo y decepción. Ellos, dos militares de 29 y 43 años jubilados desde hacía menos de dos meses habían ido a Disney para relajarse un poco y delinear los próximos pasos a seguir en su vida. Su país, la fuerza militar o como se le quiera llamar los dejaron solos, fuera del sistema, fuera de la fuerza con un retiro forzoso por no servir físicamente. Todo esto luego de haber defendido con cuerpo y alma a su nación en países tan lejanos como Irán o Turquía.
Lluvia, chocolate en taza, helado con la cara de Mickey y un encuentro inolvidable.

A Travis, un joven de casi treinta años con más de nueve de servicio en el frente en países lejanos le explotó una bomba cerca que le afectó la mitad derecha de su cuerpo. Esto lo dejó impedido de caminar. Paulatinamente pasó de estar en una cama a una silla de ruedas, luego a caminar con muletas y cuando parecía que ya las dejaría le hicieron un ofrecimiento. Su pie derecho aún no respondía para caminar, no servía. Le propusieron amputárselo, ponerle una prótesis y reincorporarse. Como su respuesta fue negtiva vino la elección. La operación y pie biónico o la baja y jubilación. Travis confiando en su capacidad de recuperación eligió la segunda opción. La voluntad, la plasticidad neuronal o todo combinado hizo el resto. Camina sin dificultad y sin ayudas técnicas como bastón o andador. Tiene una discapacidad, pero no es visible, tiene poca autonomía de caminata y fuertes dolores en su pie a veces, pero lo mira con orgullo y dice: es el mío yo pude.

Como si entre la lluvia y la historia de Travis no hubiera tenido suficiente, miré a Liz y le pregunté: -¿Vos también tuviste algo?, tratando de que a la pregunta vaga sobrevinera una respuesta del mismo tenor. Liz que mientras hablábamos con Travis había llorado casi tanto como el cielo que no dejaba de descargar agua, comenzó a hablar: - yo tengo 43, somos novios, nos conocimos mientras estábamos en servicio, a mí me operaron mi pie y luego señaló su cabeza. ¿Secuela de esquirlas? Pregunté como sacando la idea de una de los cientos de películas que ví. No, contestó, secuelas psicológicas. Una vez que te pasan a retiro te mandan a un programa médico de veteranos pero somos tantos que llenar los formularios y esperar sus tiempos se hace muy largo. Es muy desgastante concluyó.


Liz,  Travis y yo luego de la charla.
A esa altura, quería huir un poco del tema entonces como para cambiar ángulo les pregunté dónde vivían. Se miraron, y al unísono contestaron: -No tenemos casa ni dónde ir a vivir. 

Como a la mayoría de los norteamericanos, Hollywood los convenció de que cuando no queda más opción, latinoamérica es la respuesta, asique estaban dando vuelta el globo para ver a qué país irían. 


Traté desde mi óptica de sudamericana que vivió en América del Norte de hacerles entender que tal vez había sido el Sistema militar quien los había desilusionado pero no su patria. Traté de decirles que en otro país serían extranjeros siempre. Se miraron, y otra vez casi a coro dijeron: -hemos sido extranjeros muchos años defendiendo a nuestro país, ahora seremos extranjeros viviendo una nueva vida y cuidándonos como pareja. Vamos a estar bien…


Antes de despedirnos, nos sacamos fotos, intercambiamos correos electrónicos y nos dimos un fuerte abrazo. Estábamos felices de habernos conocido. A pesar de estar en el mismo hotel nos separaban dos paradas de bus y tres kilómetros. La lluvia nos unió y voy a guardar esa charla como algo muy preciado. Quien terminó admirándolos profundamente fui yo.